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Opiniones

Un embarazo fuera de liga

El licenciado Jaime Sanabria analiza la controversia de la Liga de Voleibol Superior Femenino

Licenciado Jaime Sanabria.
Foto: Suministrada

En ocasiones, el deporte refleja la vida propia. Por momentos también, revela la trama en la que se desenvuelven sus participantes. Aunque se han documentado prácticas deportivas en numerosas culturas y épocas, incluso se especula que el humano ha realizado deporte desde su asentamiento en comunidades, si por deporte entendemos la realización de ejercicio físico con fines competitivos, no fue sino hasta el siglo XX cuando se ampliaron las distintas y numerosas modalidades del mismo.

Después, con los años, con las décadas, vinieron los reglamentos que los regían: juegos olímpicos, béisbol, baloncesto, fútbol (europeo y norteamericano), atletismo, voleibol, entre otros. Los reglamentos se erigieron, pues, en pequeñas normas orgánicas de las diversas disciplinas y, aunque la propia evolución de la humanidad y las lagunas inherentes a todo texto los ha ido modificando, solo la pulcritud y consistencia, en su aplicación e interpretación, garantiza la ortodoxia competitiva.

El preámbulo anterior intenta abrir la puerta a la convulsión que, en días recientes, ha provocado la cancelación de la serie final de la liga de voleibol femenino por orden de la Federación de este mismo deporte. El veredicto llevó aparejado la proclamación automática, como campeonas, de las Criollas de Caguas por la ausencia, en el primer partido, de las Sanjuaneras de la Capital.

El motivo de la incomparecencia fue la negativa federativa a permitir sustituir a la jugadora estadounidense Destinee Hooker-Washington, quien abandonó el equipo por considerarse médicamente su embarazo como uno de alto riesgo. Y es que el reglamento solo aceptaba la sustitución de una jugadora refuerzo, en la postemporada, cuando se tratara de una lesión. Y, precisamente, por la interpretación del concepto “lesión”, se suscitó una polémica que ha traspasado lo deportivo e invadido el tejido social puertorriqueño, pues está relacionada a la maternidad de una atleta en cualquiera de sus etapas.

Ante la negativa de la gerencia del equipo sanjuanero de reconsiderar su posición de no jugar, y ante la decisión de suspender la final, otorgar el título a las Criollas y suspender por un año a las Sanjuaneras, por un acto que la federación entendió como grave, se ha desatado una guerra mediática y virtual entre el equipo y la federación, entre los aficionados y los simpatizantes.

El reglamento, entendido como la norma suprema de la Liga Femenina, es claro y, por mucho que se pretenda forzar la semántica, conforme a su letra, un embarazo no necesariamente puede ser considerado una lesión, por lo que en estricto Derecho, la decisión federativa parece estar bien fundamentada. Se puede interpretar, sin embargo, que un embarazo, con la etiqueta adosada de “de riesgo”, pueda constituir un factor de reblandecimiento a la hora de la aplicación estricta de la norma. Se puede distender, incluso, con que, si se hubiese buscado un acuerdo, entre los dos equipos y la federación, para sustituir a la norteamericana por razones biológicas alejadas de lo traumático, la liga y su afición no se hubiesen visto afectadas.

Pero ocurre que rara vez llega a los medios el detalle íntimo de los hechos, que el declarante perjudicado se transmuta en víctima y omite matices claves para el juicio de una opinión pública que juzga desde las emociones, desde la superficialidad que concede el desconocimiento de las urdimbres. ¿Y cuál es la consecuencia? La prevaricación emocional, en uno u otro sentido.

En este caso, son muchas las personas que se han colocado en el bando del equipo sancionado, en parte porque se ha querido hacer ver el embarazo de Destinee como emblema discriminatorio, como una herramienta más del menoscabo a la mujer, como asimilable a lesión y, en consecuencia, susceptible de ser sustituida. Pero las asimilaciones, presunciones y conclusiones gratuitas resultan peligrosas porque expanden la línea del rigor semántico (en este caso, de lo recogido en los reglamentos) hacia lo volitivo de cada cual.

En este caso, hay unos factores cruciales que le restan fuerza a la posición del equipo agraviado. Parece ser que, durante toda la temporada, se ocultó el embarazo de la jugadora y que, además, no se tomaron las medidas antes de la fecha límite para cambios o sustituciones. Asimismo, parece ser que tanto la jugadora como el equipo fallaron en proveer el certificado médico requerido para que la federación pudiese evaluar, interpretar y aplicar el reglamento.

Peor aún, en declaraciones escritas, el presidente de la Federación Puertorriqueña de Voleibol, el doctor César Trabanco, manifestó que le sorprendía que el directivo de las Sanjuaneras tomara la decisión de no acudir al partido “cuando en el mes de abril 2021, antes de comenzar la temporada, el equipo de Juncos solicitó en una reunión de la Liga Femenina para que se le permitiera añadir una reserva adicional ya que la jugadora nacional, Paulina Prieto, estaba padeciendo de síndrome posparto y los apoderados de forma unánime – incluyendo a Marcos Martínez el de las Sanjuaneras – votaron en contra de la solicitud”.

Resulta más que plausible que no se deba reivindicar para uno lo que se ha descartado o negado para otros. Y en este caso, cualquier argumento pierde credibilidad ante el hecho pasado de no haber querido añadir, como excepción, otra condición alejada de la “lesión” como el posparto, ese sí asimilable al embarazo, en mayor medida al embarazo de riesgo.

Por tanto, cualquier apelación humanitaria, siquiera reglamentaria, de los directivos de las Sanjuaneras queda nublada por el rubor de la inconsistencia y porque parece evidenciar una apelación a defender los derechos de las mujeres, pero solo cuando les convenga o se afecten sus intereses. Y las luchas y victorias feministas (o de cualquier otro grupo) no deben ser utilizadas, por intereses ajenos a dichos grupos, para tratar de manipular, mucho menos justificar, el incumplimiento con un reglamento y unos acuerdos aprobados de antemano por todos los apoderados. Lo que es igual no es ventaja.

Existen bien pocos reglamentos que hayan perdurado en el tiempo, que no hayan sido enmendados tras detectarse fallas o grietas. Ya el mismo Trabanco ha anticipado la convocatoria de una reunión para, con toda probabilidad, regular prospectivamente este asunto del embarazo, y su variante “de riesgo”, y asimilarlo a una “lesión”. A la postre, en ninguno de los casos, la jugadora podría saltar a jugar en una cancha.

Lo decepcionante de todo este asunto es que ha hecho falta que se produzca el drama para actuar, cuando hubiese bastado no solo la concordia, sino el sentido común de los directivos de los equipos y la Federación para anticipar y reglamentar cualquier excepción relacionada con el parto o el embarazo que no debe ser algo ajeno dada la naturaleza femenina de la liga. Pero resulta consabido que los humanos somos especialistas en actuar a posteriori, más dados a reaccionar que a prevenir, más dados a criticar que asumir, para sí, posturas coherentes y consecuentes. Y se nos olvida que, antes de querer cambiar cualquier resultado, debemos primero enmendar quienes somos.