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Opiniones

¿El diálogo como estrategia de cambio?

Respuesta de la presidenta del Consejo General de Estudiantes de la UPR en Río Piedras, Fabiana Marini, a publicación previa de la presidenta interina de la UPR, Mayra Olavarría Cruz.

Fabiana Marini, presidenta del Consejo General de Estudiantes del Recinto de Río Piedras de la UPR.
Foto: Suministrada

Si de dialogar se trata, los estudiantes de la Universidad de Puerto Rico son quienes tienen toda la experiencia.

Desde los conflictos y situaciones internas en los cuerpos de gobernanza hasta las huelgas sistémicas que hemos tenido en defensa de nuestra universidad, todo lo hemos resuelto entre el diálogo y la negociación.

Sin embargo, para esto el diálogo no puede implicar solamente una discusión entre pares que busquen llegar a un acuerdo. Le falta un elemento clave que ha estado ausente administración tras administración a pesar de los mejores esfuerzos del sector estudiantil.

Hablo de que, para alcanzar el diálogo efectivo, necesitamos asegurarnos que haya un compromiso claro entre las partes.

Las acciones para atender los acuerdos tienen que ser contundentes. No podemos defender el diálogo como estrategia de cambio solamente en el papel, ni pretender que este sirva para supuestas conciliaciones, cuando no se quiere asumir responsabilidad sobre los acuerdos alcanzados.

En los pasados meses, los estudiantes se organizaron una vez más entre movilizaciones y huelgas en todos los recintos para hacerle entender a la administración ausente que ya están cansados de la falta de compromiso y transparencia ante las amenazas que enfrenta la universidad. Ante esto, la presidenta interina respondió instituyendo comités de diálogo en los once recintos para atender el conflicto huelgario.

Como estudiantes, los vimos como una alternativa saludable a la negociación clásica; esperábamos que funcionaran y trabajamos por eso. Sin embargo, ¿qué podría funcionar si a la hora de escucharnos para tomar decisiones y llegar a acuerdos faltaron las rectorías en el proceso?

Tampoco resultó fructífero reunirnos con la presidenta y escucharnos entre estudiantes discutir lo que ya teníamos claro, mientras no habían respuestas honestas y nadie de su equipo parecía –y aún no les parece necesario– alarmarse por la situación.

Aún sabiendo que con alta probabilidad eso era lo que nos esperaba, nos sentamos con todas las buenas intenciones, empatía, respeto por las diferencias y la gran virtud de la paciencia con los comités de diálogo y en todas las mesas de reunión a las que se nos citó. Queda por decir lo obvio, fueron largas y múltiples reuniones en las que salíamos nuevamente con las manos vacías, sin nada real que decirle al estudiantado ni a los demás sectores de la comunidad universitaria.

Nota relacionada: El diálogo como estrategia de cambio

Una vez más, queda evidenciado que la administración no está en disposición de escuchar. Mucho menos tienen el interés de poner la acción donde ponen la palabra, las pocas veces que algo dicen, claro está.

Esta es la historia de nunca acabar en la universidad y quienes cargan con la cruz de las consecuencias, incluso luego de advertirlas, siempre somos los estudiantes. Así que no, la administración no puede decir que ve nuestro coraje cuando dejan ir a nuestra alma mater por $500 millones. No entienden nuestra frustración cuando nombran a personas antiuniversitarios a puestos administrativos, como recientemente han hecho con la Dra. Nívea Fernández Hernández en Río Piedras. Tampoco saben de la tristeza entre un grupo de amistades cuando alguno decide salir de la vida universitaria porque no puede sostenerse con tanto aumento en la matrícula.

Y finalmente, no, no han sido capaces de comprender nuestra preocupación por el futuro de la Universidad y de nuestra Isla ante la inmovilización y el silencio que han sostenido por años mientras hay una Junta de Supervisión Fiscal que hace y deshace como le place. Nunca lo han hecho y nunca lo harán, porque al final, todo ha sido por mantener un diálogo inconsecuente, por decir que lo intentaron y lavarse las manos de cualquier responsabilidad en el proceso.

Mi reflexión debe concluir recordándoles que durante un diálogo “franco y honesto” no basta con ser escuchas y converger en la mesa para querer atender la situación que se les salga de las manos al momento.

Acompañarnos en la defensa de la universidad pública requiere más que simplemente reconocer la carga que tenemos como jóvenes de defender la isla mientras continuamos destacando la excelencia del primer centro docente del país. Se necesita el compromiso, acción inmediata. No hay diálogo que sirva como estrategia de cambio, ni como herramienta de construcción, ni como norte de la educación si no se deja de ser una administración inerte.