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Columna de opinión de Víctor García San Inocencio.

Víctor García San Inocencio.
Foto: Juan R. Costa

El martes, John Bolton, un poco "defendiendo" a Donald Trump por la intentona golpista del 6 de enero del 2021, dijo que Trump no había intentado dar un golpe a la Constitución de Estados Unidos, sino que quería ganar tiempo para sus impugnaciones de las elecciones.

Aseveró el exasesor de seguridad nacional estadounidense, que planear un golpe de estado es un proceso muy complicado y que como alguien que lo ha hecho para provocarlos en países extranjeros, sabía de lo que está hablando.

Ante semejante admisión de delincuencia internacional, el periodista quien lo entrevistaba consiguió que el egresado de la Escuela de Derecho de la Universidad de Yale abundara.

Las reseñas de medios de comunicación estadounidenses, casi todos bajo control de la ideología neoliberal de mercado de su mundo corporativo y de sus magnates dueños, traen abundantes referencias a Bolson y al fallido intento de golpe auspiciado por Estados Unidos contra el gobierno electo de Nicolás Maduro en Venezuela, como parte del reconocimiento como presidente postizo de un monigote de la intervención extranjera de apellido Guaidó.

La gran culpa de Venezuela ha sido ser dueña de enormes reservas de hidrocarburos a escala mundial y no plegarse al acostumbrado saqueo que han ejecutado contra los recursos naturales en países extranjeros los intereses corporativos estadounidenses.

Pues bien, o mal, el también exdiplomático estadounidense Bolson trató de explicar lo complejo y elaborado que resulta ser planear un golpe de estado.

En Puerto Rico no estamos ajenos a estos hechos, pues fueron ampliamente publicitados, incluyendo que el gobierno local de manera servil, quiso robarse el tiro y puso en ridículo al secretario de Estado entonces iniciando la invasión humanitaria desestabilizadora a Venezuela con un barco de víveres. Fue tan cruda y flagrantemente detestable al gusto y calado internacional, ordenado por Ricky y Rivera Marín, que este dúo para la democracia, quedó expuesto y en ridículo, y claramente amordazado por el gobierno de Trump.

De hecho, como secuela de estos amargues, tuvimos meses más tarde en el verano del 2019, un golpe a la "democracia" -la que sea exista en una colonia- cuando un abogado de la Junta de Supervisión Fiscal, Pedro Pierluisi, se apoderó y juramentó el cargo de Gobernador ilegalmente.

Supera sólo la tomadura de la Jefatura de gobierno y su irresponsabilidad, la forma en que ni él, Pierluisi, ni quienes se lo permitieron, no fueron encausados criminalmente por su tropelía.

En cualquier lugar civilizado, frustrada la consumación de su delincuente acto golpista y encubrimiento por omisión, hubiesen estado presos todos.

Pero John Bolson y sus declaraciones, de alguien que ha planeado golpes de Estado sabe lo difícil que es ejecutarlos. En el caso de Trump, opina que éste no tenía esa capacidad. Como si las supuestas insuficiencias del expresidente Trump, le fuesen a librar como ha sido hasta la fecha, de las consecuencias por sus actos y omisiones. Recordemos que al halcón Bolson lo sacaron, porque se "esmandaba", tenía el pie en el acelerador y estaba metiendo la pata también en otros continentes.

En la política estadounidense ha habido muchos casos de estos despidos. Uno de los más notorios en la década de los años cincuenta fue el del general Douglas McArthur, a quien despojaron del mando porque quería escalar la guerra en la península de Corea para meterse en Manchuria involucrando frontalmente una guerra con Rusia y China.

No deja de ser interesantísimo que ahora a Bolson se le critique hipócritamente y con asombro por lo que admitió como planificador de golpes de estado, particularmente, cuando el negocio del gobierno de Estados Unidos en este hemisferio para empezar, ha sido intervenir en todos los asuntos imaginables locales en decenas de países e instancias, y promover decenas de golpes de estado, desestabilización, invasiones, tomas de aduanas, embargos, bloqueos y ocupaciones territoriales por más de un siglo.

La política estadounidense ha consistido en adelantar el agigantamiento de las ganancias de sus inversionistas corporativos mediante el atenazamiento de muchos gobiernos y movimientos populares de cambio. Esas prácticas perfeccionadas en Latinoamérica las ha exportado a todo el mundo. De ahí, que sólo gobernantes a quienes no les queda remedio, o quienes son netamente corruptos, siguen y hasta apoyan sus políticas en otros lugares, siempre con el miedo de que las directrices corporativas cambien y les den la espalda o incluso, que los apuñalen.

Donde único no se discuten con profundidad y rigor la delincuencia y mendacidad diplomática y su selectiva aplicación de las normas de derecho internacional es en los propios Estados Unidos y en su colonia caribeña, Puerto Rico.

Aquí, donde todo lo de Estados Unidos, si es de allá tiene que ser bueno, desde el golpe fallido de Trump, mucha gente está abriendo más los ojos y dándose cuenta del cuento...

¿Podrá desmitificarse el embuste supremo de esa imagen de democracia paradisíaca que propaga Estados Unidos en el mundo y que infunde dependientemente en su colonia, Puerto Rico? Juzgue usted.

El autor es abogado, exrepresentante y excandidato a comisionado residente por el Partido Independentista Puertorriqueño. Posee un bachillerato en Ciencias Sociales de la Universidad de Puerto Rico y un Juris Doctor de la Facultad de Derecho de la misma institución. Tiene además un doctorado de la Universidad del País Vasco (2016).