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Opiniones

Thomas Rivera Schatz

Un ejemplo de una persona que es un líder natural y que parece tener vocación de servicio público.

Preguntado a cualquier ciudadano – me atrevería a escribir que de cualquier país - sobre la honradez, la eficiencia o el profesionalismo de la actual clase política, me sigo atreviendo a decir que las respuestas no resultarían ni muy edificantes ni muy favorecedoras hacia ese ente abstracto conocido como la aludida “clase política”.

Transcurrimos en tiempos disyuntivos, donde las posturas intermedias apenas tienen cabida en los imaginarios personales; tiempos extremistas en los que se invierte más tiempo en atacar al enemigo ideológico que en defender con argumentos las ideas propias.

El sapiens, el de hoy, el humano invadido por las pantallas, por la información y la desinformación, por la multiplicidad de escenarios para invertir su tiempo de ocio, no profesa especial simpatía a la inmensa mayoría de políticos, pero esta apreciación no difiere apenas de la opinión, en general, que tenían sobre sus dirigentes las generaciones anteriores, de cualquier siglo. A la postre no podemos dejar de comportarnos como nos dictan nuestros entresijos. Sin embargo, si nos desproveemos de la demagogia, si hacemos introspección, si ejercitamos el rigor para no incluir a todos los políticos y políticas en el saco del desprestigio, es bueno dotarse de ejemplos que desmientan aquello tan manido del “todos son iguales”.

Un ejemplo de una persona que es un líder natural y que parece tener vocación de servicio público – que debiese constituir el principal motivo para el ingreso en política – lo encontramos en el actual presidente del Senado puertorriqueño, Thomas Rivera Schatz, un neoyorquino de nacimiento, pero puertorriqueño de crecimiento y formación criado en una familia con firmes convicciones morales, con un padre que ocupó el cargo de alcalde de Trujillo Alto a finales de la década de los setenta del siglo anterior.

Admiro a Thomas por su firmeza en la defensa de sus convicciones y de su país, quizá no en ese orden, aunque sean indisolubles. Unas convicciones que no son fruto del capricho, o de una moda pasajera, o del oportunismo, sino que están enraizadas en su postura ideológica personal y coherente que se ocupa no solo de exteriorizar con su voz, sino de aplicar con hechos en la medida de sus posibilidades institucionales que, en el presente y por tercera vez, tienen como eje central la presidencia de nuestro Senado.

No comulgo con Thomas en todas y cada una de sus defensas programáticas; tampoco con su estilo comunicativo, en exceso frontal, en demasiadas ocasiones irrespetuoso con quienes razonan diferente, y que se ocupa en exteriorizar en sus espacios de comunicación en sus diversas redes sociales: “Buenos días, Puerto Rico” y “Buenas noches, Puerto Rico”. En ellos, examina la actualidad puertorriqueña desde un punto de vista en exceso unilateral, sin concesiones al disenso, fomentando una radicalidad que en poco contribuye a paliar nuestras deficiencias estructurales.

Pero en lo que sí comulgo, sin grieta alguna, es en su defensa de los intereses de Puerto Rico, aquí y en el continente, bregando con autoridades de los distintos estados para resucitar la economía de nuestra isla mediante un retorno de un capital exterior que impulse las otrora prósperas manufacturas y que regresen con él al menos algunos de los demasiados puertorriqueños que emigraron por falta de oportunidades.

El senador Rivera Schatz viene ejerciendo la res pública desde los 26 años, cuando comenzó su camino político como asesor en el Senado para continuar, amparado en la excelencia de su expediente académico que le hizo alcanzar el cum laude y el grado de Juris Doctor en la Facultad de Derecho de la Universidad Interamericana de Puerto Rico, como Fiscal del Departamento de Justicia.

Pero estos matices de su trayectoria de vida, por muy brillantes que hubiesen sido, no serían siquiera mencionables si no lo adornase una capacidad de liderazgo exhibida a lo largo de esos más de treinta años desde que se iniciara en lo público, un liderazgo que ha sido consistente, pese a su inclinación a la altisonancia, pero predicando con sus hechos por encima de sus palabras, aunque nadie, máxime en el transcurso de tres décadas, estamos exentos de deslices o de algún episodio del que arrepentirnos pasado un tiempo y enfocado con otra óptica, al menos en lo que a mí concierne.

Thomas ha ostentado, como nadie, la presidencia del Senado, pero lejos de instalarse en la pasividad potencial de un cargo, ha adoptado y adopta una actitud propositiva, negociadora, incluso intrusiva en Estados Unidos, actitud que lo ha convertido en un embajador de las necesidades urgentes de Puerto Rico para primero paliar la precariedad con miras de alcanzar una estabilidad, y ¿por qué no? una prosperidad económica que nos devuelva a nuestros umbrales de riqueza de primeros de siglo para que Puerto Rico sea conocido, además de por sus músicos, por su condición de territorio solvente y acogedor con el capital y con el visitante.

En lo que concierne a lo local, ha impulsado, desde su atalaya institucional y desde su calado como legislador, numerosas leyes destinadas –buena parte de ellas - a mitigar una desigualdad social que ha situado a Puerto Rico en el último lugar de demasiados índices de progreso de los estados norteamericanos y que no voy a desbrozar porque no pretendo hurgar en heridas, sino contribuir a su cicatrización.

Nada mejor que sus propias palabras con motivo de una reciente visita a Washington, para sintetizar las mías: “El mensaje que llevamos al Congreso es claro: Puerto Rico necesita agilidad en la aprobación de proyectos de reconstrucción, trato igual en programas federales como Medicaid y un compromiso firme con la descolonización. Esta delegación está aquí no para pedir favores, sino para exigir los derechos que nos corresponden como ciudadanos americanos y establecer el valor de Puerto Rico como jurisdicción americana para el regreso de la manufactura y como activo en la defensa de la seguridad nacional”.

Suscribo por completo el párrafo anterior y convengo conmigo mismo que no parece necesario añadir mucho más, solo el deseo de que el senador Rivera Schatz siga manteniendo esa combatividad lúcida en defensa de su isla y la mía, aunque si se desposeyera de un punto de belicosidad argumental su figura todavía crecería más no solo ante mis ojos sino ante la de muchos otros puertorriqueños.