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Opiniones

Ayer en Yauco, y mañana, ¿en dónde será?

Duele leer este tipo de noticias. Pero no solo duele, sino que provoca el análisis de las causas que pudo albergar este sujeto para cometer tal atropello.

Licenciado Jaime Sanabria, columnista de NotiCel.
Foto: NotiCel

Cada especie tiene sus estigmas, sus conductas, sus formas de alimentación, de reproducción, sus códigos, incluso, sus códigos de violencia.

Somos la única especie que se manifiesta con violencia por múltiples razones, y ninguna de ellas supervivencial o alimentaria (como la práctica totalidad de las especies del reino animal). Somos la única especie que, con el tiempo, las leyes y la evolución social, ha conseguido atenuar, pese a cifras alarmantes todavía, esa impetuosidad asesina que subyace en los yacimientos más profundos de la conciencia.

Esta semana, en Yauco, un hombre acabó con la vida de tres personas: su expareja, su excuñado y su exsuegra. Y después se quitó la vida sin, probablemente, haber sopesado comenzar, por sí mismo, su relación con la muerte para, de ese modo, detener la cadena.

Duele leer este tipo de noticias. Pero no solo duele, sino que provoca el análisis de las causas que pudo albergar este sujeto para cometer tal atropello, un análisis cimentado –sin mucha más información – en conjeturas sobre la naturaleza humana y sobre las leyes que la coartan cuando la violencia toma el control de la mente humana.

Como la práctica totalidad de países del planeta, Puerto Rico adoptó, en su momento, una Ley, la 54 (enmendada casi en cuarenta ocasiones desde su promulgación en 1989), titulada “Ley para la Prevención e Intervención con la Violencia Doméstica”, para proteger de la violencia a la población vulnerable en el ámbito domiciliario o en situaciones derivadas de la convivencia. Sin embargo, también, como en la mayoría de los países, la mera existencia de leyes no disuade a quien ha decidido acabar con la vida de quienes consideran se interponen en la suya.

Las leyes solo son instrumentos teóricos reguladores de las vidas y las interrelaciones entre personas. Lo que realmente las dota de enjundia y de significado es su aplicación, los mecanismos que fijan su observancia, los recursos que ponen a disposición de su cumplimiento y su capacidad para ser enmendadas a base de las grietas observadas en su texto y/o en los reglamentos que las interpretan.

La violencia doméstica no es una lacra únicamente puertorriqueña. Afecta tanto a países considerados del primer mundo, con sistemas de protección social, judicial, policial y tecnológica avanzados, como a los antiguamente llamados subdesarrollados. Incluso, en la evolucionada Escandinavia, las cifras de violencia intrafamiliar son inversamente proporcionales a su nivel de progreso social.

No obstante, en Puerto Rico, las cifras son desalentadoras por la proporción entre muertes violentas de personas y su población. En cuanto a los asesinatos de mujeres, no resultan aceptables los 55 ocurridos, en el 2023, en una población que ronda los tres millones de compatriotas.

En respuesta a la masacre de Yauco de esta semana, el gobernador Pierluisi ha hecho un llamado a investigar si algún eslabón de la justicia flaqueó en la aplicación de la aludida Ley 54 y ha instado a reparar la fuga si es que la ha habido. En términos similares, se expresó la jueza presidenta del Tribunal Supremo de Puerto Rico, quien con la humildad que debe caracterizar a todo líder reconoció que la Rama Judicial falló a las víctimas.

Y, precisamente, esto es lo que provocan estos crímenes múltiples, o sea, movilizan de más a la sociedad, sacuden las fibras, acentúan la necesidad de revisar las leyes y su aplicación, acentúan las denuncias y promueven, en una mayoría aplastante de quienes no se manifiestan violentos, un sentimiento de reparación y un movimiento de solidaridad con las víctimas, con las habidas y con las potenciales.

Al margen del revisionismo de la Ley y sus procedimientos, solo la educación desde la base (y también en las alturas), la persecución de algunas actitudes promovidas a través de las redes sociales, conseguirá reducir los números del mal, y no solo en lo que concierne a la violencia doméstica, sino que debería hacerse extensivo a cualquier clase de ella, porque no solo de “feminicidios” se nutre la estadística de muertes debidas a la brutalidad humana.

Educar por encima de legislar, legislar por encima de no hacerlo.