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El retiro y los maestros

El retiro y los maestros

Uno de los campos discursivos más productivos de las últimas decadas ha sido el de la prolongación de la vida. La eficacia de las ciencias de la vida y el biopoder inscrito en ellas, ha repercutido en aumentar las expectativas de vida. Organismos mundiales como las Naciones Unidas y la Organización Mundial de la Salud, prestan cada vez mayor atención al hecho del aumento en las tasas de envejecimiento de la población mundial. A la vuelta de la esquina nos espera una de las batallas más significativas de la historia: esta será la primera vez que la población vieja superará en cantidad a la más joven. Los datos nos dicen que para el 2030 la última generación de los baby boomers, los nacidos al final de los sesenta, tendrá sesenta y dos años o más. Como consecuencia de la biopolítica de corte asistencialista, esta misma generación practicó eficazmente la planificación familiar, reduciendo notablemente las tasas de natalidad.

El bottom line de esta ecuación es que ahora la vejez adquiere mayor relevancia para las políticas de todo tipo desde las educativas hasta las de eutanasia. El suicidio asistido, a no dudarlo, comenzará a protagonizar los debates públicos tanto, o más, que la legalización de las drogas o los matrimonios del mismo sexo. Ya lo vemos en arriesgadas propuestas cinematográficas y lo vivimos, aunque solapadamente, en los hospitales y centros de cuido de envejecientes.

Con este telón de fondo, me pronuncio sobre las reformas a los planes de pensiones de retiro, que son el tema de discusión actual en casi todos los países. Recientemente Francia, bajo la popularidad de un gobierno de izquierda como el de Hollander, transformó los criterios de jubilación subiendo, a pesar de las protestas, la edad de retiro del sector laboral. Tras ellos han seguido otros tantos más.

Voy a tomar en cuenta aquí, a modo de pregunta, "el debate" en torno al plan del retiro de los maestros del sistema público de Puerto Rico, no solo por su inminente e inevitable reformulación, sino más aún, por lo dramático de la precaria situación de las condiciones de retiro de los maestros del país.

A grandes rasgos, la prensa local expone el dramático cuadro del fondo de retiro de maestros con unas cifras que llaman la atención precisamente sobre el tema de la prolongación de las expectativas de vida y la edad de retiro. Tres son los puntos neurálgicos: aumento de la edad de retiro, aumento de los años de servicio y aumento de la cantidad de aportaciones al fondo.

Todos los portavoces del magisterio han expresado su oposición a que se cambien estos términos en la ley vigente. Pero, son justamente estos términos los que, pese a todo, van a cambiar si consideramos como reales los números que provee la prensa local. Estos indican que hay cerca de 42,700 maestros cotizando a este fondo, mientras otros 37,000 se encuentran recibiendo sus pensiones de jubilados. Al no haber un aumento en las aportaciones; primero porque no hay aumentos salariales, y segundo porque no hay aumento en la plazas para maestros nuevos, el fondo del retiro se va agotando. Con la lógica del cálculo, las condiciones actuales no pueden mantenerse como están. Y, queda claro también que hubo errores de cálculo al determinar allá en los años cincuenta, cuando se creó el fondo de pensiones, que la expectativa de vida iba a ser sesenta años aproximadamente.

Ahora bien, los líderes magisteriales han señalado consistentemente un asunto de relavancia vital a la hora de pensar en cómo reformular el plan de retiro. Tanto María Elena Lara como Aida Díaz, entre otros dirigentes magisteriales, insisten en que los maestros no aguantarían un aumento en la cantidad de años de servicio. Este aspecto coloca el acento en una dimensión fundamental para pensar las coordenadas que deben prevalecer en la reformulación de las pensiones.

El señalamiento apunta al hecho de que las condiciones laborales de los maestros del sistema público es tan drenante, la labor que realizan suele ser tan desgastante, que más de treinta años les parece la muerte en vida. No es poca cosa lo que se dice. Se trata de atender con sensiblidad el hecho de que hay unas condiciones de trabajo que hacen imposible continuar ejerciendo las mismas funciones por más de treinta años. Estas tienen que ver, ya lo he mencionado en otra parte, con la cantidad de estudiantes por salón, la cantidad de grupos que tienen que atender todos los días, el perfil del estudiante que llega a las escuelas públicas después de los años ochenta (momento de mayor ascenso en la incidencia criminal por cuestión de narcotráfico, y de una sobrepoblación diagnosticada como ADD), el aumento en la reglamentación de la educación pública a partir de su dependencia creciente de fondos federales, el desdén generalizado por la educación pública del país, las malas condiciones de la infraestrutura escolar, entre muchos otros.

No cabe duda que los reclamos de estas maestras están más que justificados. Ahora bien, por lo que se desprende de los informes del estado financiero del fondo de pensiones, parece que estamos frente a la crónica de una muerte anunciada y los líderes de las organizaciones magisteriales, igual que los maestros, lo deben saber. Lo digo en el sentido de que considerando el estado financiero del fondo de retiro, (más allá de sus causas) y además de la cantidad de maestros que gozan ya de su pensión, parece ser inevitable aumentar los años de servicio para el retiro. Y seguramente, algún mecanismo habrá que implementar para aumentar los recaudos también. Lejos de mirar la situación como un juego político caprichoso, lo que me preocupa y llama mi atención es la gravedad de una noticia que dejaría en la extrema pobreza a los maestros del sistema público del país si no se atiende con la sensiblidad e inteligencia que esto requiere.

Uno de los filos más productivos para mí del demonizado debate posmoderno en la década de los noventa, tenía que ver con un replanteo de las coordenadas de análisis más allá de la lógica binaria moderna: se trataba de desafiar la práctica de pensar que la vida se puede ajustar a categorías fijas del tipo blanco o negro, o esto o aquello, o todo o nada. Esta manera de pensar nos ha impedido producir alternativas beneficiosas fuera de los esquemas de la política tradicional. Ya no parece ser productivo ni deseable analizar casi ninguno de los asuntos importantes para nuestra vida a partir de categorías totalizantes y fijas. En la política menos aún. Una categoría que debemos comenzar a mirar desde otro lugar es la propia categoría de clase magisterial como un todo homogéneo. Podemos comenzar a hacer distinciones dentro del propio gremio de los maestros, y encontraremos seguramente salidas más productivas para el beneficio de la mayoría.

¿Cuántos, por ejemplo, de esos 42,000 maestros activos, tienen veinticinco años o más de servicio? ¿De veras todos los maestros creen que ese grupo está en la misma posición que los maestros que llevan diez años de servicio? ¿No constituye este por ciento de maestros una diferencia a la hora de replantear los términos de la reforma a la Ley? ¿Acaso no cabe pensar que, de hacer un cambio a la Ley, como posiblemente ocurrirá, habría que reconocer que este grupo de maestros -de 25 años o más- debe retirarse al momento que le toca, con su pensión como estaba planteada en la Ley vigente? ¿No será posible entonces, precisar cambios equivalentes en escalas flexibles con alternativas variables para el resto de los maestros? Lo que parece quedar atrás, aunque no lo queremos reconocer o poner en práctica todavía, es la idea de legislar en bloque, cuando el mundo laboral ha cambiado tanto.

Si queremos hacer justicia a los maestros, hay que considerar a los que ya no podrían continuar porque están drenados y desgastados. Ahí se juega la vida de miles de personas que le sirvieron bien al país y que pueden ser productivas en otras actividades más allá de educar y permanecer en los salones de clase.

En lo restante hay que pensar, procurar y diligenciar que los próximos planes de reforma en la educación incluyan otro tipo de arreglo laboral para que los maestros mejoren sus condiciones de trabajo. Creación de nuevas plazas para nuevo personal, horarios alternos que aligeren la carga académica semestral, menos estudiantes por grupo, mejor clasificación del estudiantado, procurar una consulta para incluir al maestro en el plan de seguro social, crear planes de fondos mutuos, entre otras alternativas posibles. Alternativas para mejorar el oscuro panorama de precariedad económica que en la vejez existen.

Improvisar y continuar repitiendo la política tradicional que ve todo en bloque, como una sola cosa: la clase, el partido, las mujeres, la izquierda o la derecha, lo público y lo privado; no solo es dañino, de igual forma es improductivo e impide distinguir dónde está la mayor vulnerabilidad dentro de cada grupo.

*La autora tiene un Máster en Sociología y un Doctorado en Historia de Puerto Rico y el Caribe de la Universidad de Puerto Rico. Tomado de 80 Grados.