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El Cigala se resarce de sus pecados en su regreso a San Juan

El instante sucedió superado el ecuador del concierto. Fue en ese preciso momento cuando Luis Perico Ortiz, uno de los trompetistas más reconocidos de Puerto Rico, declaró ante el público que llenaba la Sala de Festivales Antonio Paoli del Centro de Bellas Artes Luis A. Ferre, situada en Santurce, que 'lo importante aquí, familia, es que las alas de Puerto Rico se las hemos puesto a una persona que ha tenido confianza hacia nuestra música y hacia nuestros músicos'.

El Cigala, uno de los artistas españoles contemporáneos más importantes del siglo XXI y, casi con toda probabilidad, el cantaor flamenco más reconocido y laureado del presente, recibió el efusivo y cariñoso perdón de un público que, entregado, olvidó el mal recuerdo que supuso la polémica actuación del año pasado.

Pero antes de que El Cigala echase a volar entre un mar de aplausos que se alzó por espacio de varios minutos, tuvo que recuperar el privilegio del público. Frente a una audiencia expectante, sus atisbos iniciales fueron casi tímidos: 'doy gracias a Dios por estar hoy en Puerto Rico, la cuna de la salsa', declaró en un ejercicio de simplicidad que pretendía mostrar el verdadero motivo de aquella reunión: la irrupción de su inabordable talento, esta vez al servicio de la salsa.

Diego Ramón Jiménez Salazar dio inicio a su gira mundial 'Indestructible', su último trabajo, el cual fue grabado parcialmente en la Isla del Encanto. Junto a reconocidos salseros boricuas como Roberto Roena, Luis 'Perico' Ortiz, Jorge Santana, el trombonista Reinaldo Jorge o Bobby Valentín, el cantaor desarrolló un repertorio compuesto por canciones de fuertes raíces caribeñas, reunidas al amparo del dolor que supuso la muerte de su mujer, Amparo, un año atrás.

'Un aplauso para ellos', repetía el artista español tras finalizar cada canción, en un ejercicio de humildad hacia sus músicos que también tenía algo de aspaviento, esa peculiar gestualidad característica del artista, con sus rituales y sus pasos improvisados tan distintos del fluir de la salsa, aunque lo cierto es que, durante la mayor parte del concierto, el cantaor permaneció fiel a sus orígenes, sentado en su silla: 'Baila hombre, con la salsa no puede estar uno sentado', se pudo escuchar una voz de entre el público.

Los asistentes reaccionaban con humor ante los breves tragos que, de cuando en cuando, El Cigala daba a su vaso. Expectantes ante una posible salida de tono que rememorase eventos pasados, tuvieron que contentarse con esporádicas salidas que el artista realizaba cada dos o tres canciones, desapareciendo del escenario durante algunos segundos bajo el eco de una risa coral entretenida que se extendía como un alegre murmullo. Esta vez, Diego había regresado para conquistar el podio. Y no falló.

Algunas de las canciones que compartió fueron Juanito Alimaña, Periódico de Ayer (ambas de Héctor Lavoe), El Paso de Encarnación, Inolvidable, 20 años o Lágrimas Negras. En cada una de ellas, distintos músicos daban un paso al frente para concentrar el peso de la interpretación.

Sin embargo, el momento más emotivo (y tal vez más poderoso del concierto), sobrevino cuando El Cigala guardó por un momento su reconocimiento a la salsa para dar rienda suelta a sus raíces más flamencas en tres interpretaciones que solo tuvieron como acompañante la brillante y sensible ejecución al piano del gitano catalán Jaime Calabuch 'Jumitus', su compañero inseparable.

El primer estallido de aplausos aconteció al finalizar la primera de las intervenciones de este genial dueto. Fue entonces cuando la voz del cantaor, que durante todo el espectáculo se había visto opacada por los instrumentos, brilló con su poderío característico.

'No se oye!', llegaron a gritar desde las gradas. El espectáculo se redondearía tras alcanzar la octava canción. Bajo la luz cenital de los focos, solos ambos en un destello de polvo de oro, sumergidos en las melodías del piano y la voz enardecida, poderosa y relanzada del cantaor, la tristeza de sus palabras pudieron palparse en su más profunda dimensión ibérica.

También debe destacarse el homenaje a Cheo Feliciano con El Ratón, que reunió en el escenario a Reinaldo Jorge, Bobby Valentín y a Luis 'Perico' Ortiz ante el éxtasis de un público que coreó: 'de cualquier valla, sale un ratón'. Aquí, El Cigala mostró su lado más salsero, suavizando los tonos y adaptándola a registros particularmente sorprendentes.

Lo que comenzó como una tímida, profesional, seria e incluso distante relación con el público, terminó por estallar en un sinfín de variaciones tonales solo aptas para las grandes voces, con un Diego espoleado por el apoyo deLuis Perico Ortiz y convencido del calor que arropaba, desde las gradas, al artista pródigo que, lejos de perderse, resurgió ante la audiencia boricua con más talento, amor y disposición que nunca. Y es que por eso las leyendas son leyendas: por sus luces y sombras, sus días soleados y grises, su desmesurada sed de emoción, sus vaivenes emocionales y, por qué no, sus regresos por la puerta grande. Y Puerto Rico… Puerto Rico siempre quiere a quien le quiere.

El Cigala. (EFE)
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