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Ciudad de sonámbulos

Relato de un viaje a Nueva York días después del 9/11

Vista del World Trade Center durante los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001, en una fotografía de archivo.
Foto: EFE

Dos semanas habían pasado de aquel 11 de septiembre de 2001.

Todavía el mundo estaba adormecido -y horrorizado a la misma vez- luego de ver en vivo y a color aquello que al principio parecía un accidente y que, a medida que pasaban los minutos, se transformó de asombro a miedo.

Sí, miedo porque por primera vez nos sentimos amenazados en nuestro patio. Como nunca, fuimos testigos de algo horripilante: Un ataque. No a otros, sino a nosotros, a los de acá. Vimos gente morir, vimos heridos trasladados en camillas, vimos llanto y sufrimiento. No en medio de dunas de arena en un desierto lejano; no en una selva bajo lluvia; no en una remota ciudad japonesa… sino al otro lado del charco; en el municipio número 79 de Puerto Rico; la capital del mundo; en el mismo centro de Nueva York.

Dos semanas solamente habían transcurrido y las preguntas seguían ahí. ¿Qué pasó? ¿Por qué? ¿Quiénes son estas personas? ¿Estamos seguros? ¿Volverá a pasar? ¿Cuándo? ¿Dónde?

Apenas nos acostumbrábamos a esos nuevos nombres y términos en nuestro vocabulario. Esos que hoy pronunciamos con naturalidad, pero que en aquel momento nos parecían arameo antiguo: talibanes, Osama bin Laden, yihad... y un país que salvo una que otra película de Hollywood o un artículo de National Geographic, apenas se escuchaba por estos lares: Afganistán.

Todavía sentía el estómago amarrado de la impresión de esas imágenes que se repetían “ad nauseam” en la televisión cuando Benjamín Morales, entonces director de deportes del diario Primera Hora, donde entonces trabaja, llegó a mi escritorio con una petición: “Necesito que te montes en un avión y vayas a Nueva York”.

‘’¿Para cuándo?”, fue mi pregunta, albergando la estúpida esperanza de que me dijera que sería en cuatro o cinco años, cuando ya hubiera agarrado al tal Bin Laden y se hubiese acabado ya la llamada “guerra contra el terrorismo”.

“Para Ya. En dos días”, me contestó, para paralizar mi cuero, mi voz y hasta mis pensamientos.

Resulta que en el mes de septiembre estaba pautado el esperado combate entre el ídolo boricua, Félix ‘’Tito’’ Trinidad y Bernard Hopkins por el título indiscutido de los pesos medianos (160 libras), la final de un torneo que reunió a varios de los mejores púgiles de esa división.

Los ataques a las Torres Gemelas obligaron la posposición del combate, que originalmente estaba pautado para el sábado 15 de septiembre. La nueva fecha fue fijada para el sábado 29 del mismo mes.

Y allí estaba yo, unos días antes, preparando mi maleta con más terror que ganas para viajar al epicentro del evento más significativo en muchos años en Estados Unidos, América y el Mundo entero

Las casi cuatro horas de viaje de San Juan a Nueva York parecieron cuatro décadas. ¡Qué tensión! Hasta que el avión tocó tierra en el aeropuerto John F. Kennedy.

Entonces, mi primera y más grande impresión.

De aquella ciudad bulliciosa, que parece que siempre están acelerada, poco vi.

“Es de noche. Quizás mañana es distinto”, pensé.

¡Cuál sería mi sorpresa cuando al día siguiente, al llegar a Time Square, me encontré con una ciudad de sonámbulos! La gente -mucha menos de la acostumbrada- caminaba en cámara lenta, en silencio, una imagen que jamás he vuelto a ver en esa ciudad y que solo se volvió a experimentar cuando el terror por la pandemia del coronavirus obligó a la gente a encerrarse en sus casas.

Todavía en Ground Zero realizaban trabajos de recogido de escombros. Familiares aún lloraban a sus seres queridos que perecieron en la tragedia.

Pero ni siquiera aquellos hierros torcidos, el polvo en el ambiente y la impresión de ver dos edificios emblemáticos convertidos en ruinas me impresionó más que el semblante de la gente de a pie, los sobrevivientes, los que sentían a Nueva York.

En la calle casi nadie hablaba del tema, o lo hacía bajito, como si alguien pudiera escuchar. Eso es miedo, eso es terror.

En ese sentido, la celebración de la cartelera de boxeo en el Madison Square Garden representó un intento por devolverle algo de normalidad a la vida neoyorquina. Lo mismo pasó con el béisbol, la reapertura de funciones en Broadway y otras instancias que jugaron un papel crucial para transmitir tranquilidad y continuidad en la población.

Para los boricuas, la derrota de Trinidad fue otra tragedia.

Pero eso es tela para otra frisa.

A Nueva York le tomó mucho tiempo recuperarse de aquel 11 de septiembre de 2001. De hecho, hay quien dice que jamás se repuso completamente. A muchas familias, 20 años después, todavía les cuesta cerrar ese capítulo.

Cada año vuelven los recuerdos, los miedos, las lágrimas.

Volvemos a honrar a los héroes que salvaron vidas y lloramos a los que no sobrevivieron.

Y en mi caso, también rememoro aquella petición de mi jefe “para ya’’ dos semanas después de la tragedia y aquella primera impresión de una ciudad de sonámbulos.