Otro monumento
La razón para los monumentos
Nadie disputa el simbolismo que encierran y el valor que tienen los monumentos. Se erigen para recordar una gesta, para evocar una vida, para exaltar valores superiores, para conmemorar la alegría de una comunidad y en el caso de los fallecidos para no olvidarlos.
En el caso de los difuntos, trátese de tumbas funerarias, pirámides mortuorias con significación religiosa o política, o simplemente de espacios para guardar el luto, los monumentos son en parte celebración de la vida, en parte homenaje, y a veces, rito de cierre o punto final de procesos.
Dicho esto, no logro entender el propósito del monumento propuesto por el gobernador Ricardo Rosselló, anunciado en ocasión de revelar el nuevo cálculo de defunciones a causa del huracán María en el enesimo estudio más reciente. De hecho, me parece una terrible idea. Pues en este caso sería inevitable que la fuerza negativa del evento nada natural que es responsable probablemente de la mayor parte de las muertes, ahogara cualquier semblanza de homenaje. Tambien, visto el modo manipulatorio y grosero que reviste mucha de la monumentalidad aquí y en muchos otros países, sería una forma de evadir el sincero reconocimiento de la responsabilidad por una parte considerable de esas muertes que pudieron evitarse --que es mucha-- para seguir echándole la culpa a la naturaleza personificada en el huracán María.
Reitero, la mayor parte de las muertes --hayan sido 4 ó 5 mil, o las 2,975 del último conteo pitagórico-- eran evitables. Esto significa en pocas palabras, que si no hubiese intervenido la negligencia humana, social o burocrático gubernativa, gran parte de los difuntos hubiesen tenido una vida más prolongada.
Causalidades
Carencia o inoperancia de planes
Fueron los segmentos más vulnerables de la población los que sufrieron los efectos mortales de la negligencia del gobierno local y federal. Los enfermos crónicos, tales como los asmáticos, y otros pacientes dependientes de equipos respiratorios, los pacientes en tratamiento de diálisis, los pacientes en salas de cuidado intensivo, los enfermos diabeticos; las personas con impedimentos severos para moverse, los ancianos de mayor edad, entre otros.
El gobierno no los tomó en cuenta en absoluto en sus planes. No los censó y si lo hizo alguna vez, no cotejó, ni se aseguró de que hubiese medios para trasladarlos a lugares más seguros con flujo de electricidad ininterrumpido. No les dio atención especial preventiva previo al huracán, ni les dio seguimiento oportuno luego del desastre. Faltaron los planes para atender miles de emergencias o de agravamientos que eran absolutamente previsibles.
Una especie de soberbia impidió que el azote del huracán Irma se erigiese como una extraordinaria señal de alarma para que el gobierno lejos de triunfalismos aberrantes, trabajase con ímpetu para atender lo que pudiera venir.
Pudo más el deseo de la pose oficialista, de la imagen cultivable, del apetito mediático de algunos funcionarios; que atender la necesidad de preparación, verificación y supervisión que era evidente, para que lo que tenía que estar en el lugar adecuado y preciso estuviese listo para atender antes y despues las contingencias previsibles.
A falta de planes, se impuso la pose, y el efectismo se antepuso al hecho de una preparación real.
Falta de liderato preparado
Los entes especializados además carecieron de un líder preparado, con conocimientos especializados y puntuales en prevención, previsión y manejo de escenarios antes de desastres naturales. La persona a cargo de la sombrilla de seguridad carecía de conocimientos específicos y al día en las áreas atendidas bajo las agencias organizadas bajo su dirección. A un año de distancia del huracán María, esa falta de liderato se ha patentizado en el colapso operativo del Instituto de Ciencias Forenses, en la ruina del Cuerpo de Bomberos, en una fuerza policiaca desmoronada y semi-desmantelada, en un servicio del 911 paleolítico, y sume y siga.
Lo único que salió del cerebro del señor Pesquera, uno de los contratistas privilegiados que ocupa esta jefatura con estricto afán de lucro, fue un trasnochado toque de queda y un estado de postración catatónica a la espera muy tardía, de la toma de mando de los emergenciólogos federales. La falta de liderato encabezada por el señor Pesquera, igualada sólo por su desconocimiento, arrogancia y desfachatez en el ejercicio del cargo, recordemos su respuesta de 'horse-shit' y su continua negación de la realidad de las defunciones, agravó sin duda el cuadro de sucesivos y copiosos actos u omisiones negligentes. Retornó a los tiempos en los cuales para negar cínicamente el número de masacres, reinventó la definición a base del número de asesinados en las mismas.
María ha producido un año de excusas y pretextos, y se ha convertido en el chivo expiatorio más nombrado y socorrido, para esconder u ocultar una gestión pública que por decadas ha sido degradante, pesima, primitiva, lastrada por la politiquería, la prebenda, el favoritismo,la corrupción, la incompetencia y la negligencia criminal.
Desintegración del aparato gubernativo
La mañana siguiente al huracán María, Puerto Rico amaneció sin gobierno. Durante semanas la inmensa mayoría de las agencias estuvieron cerradas por destrucción o inaccesibles a los ciudadanos. Nunca se reveló el porcentaje de empleados públicos que se presentó a trabajar, ni cuándo, ni a dónde. Ciertamente fueron muy pocos los que llegaron los primeros días, por ello quienes pudieron vencer las barreras llegaron y se sacrificaron extraordinariamente. Pero no había gobierno, hubo simplemente un cascarón de gobierno bunkerizado en el Centro de Convenciones, mirándose las caras y coordinando un desconcierto sin iniciativas, un aparato fantasma sin dirección, ni gobernanza, donde la desaparición efectiva de los Secretarios del gabinete constitucional fue cada vez más evidente.
No hubo 'plan del plan' para proveer sedes alternas a las agencias, para mantenerlas operacionales, para cubrir y facilitar la asistencia de decenas de miles de funcionarios. No hubo plan para convertir las escuelas en los centros de enlace comunitario, solamente se vio a algunas como simples refugios. No hubo coordinación, ni comunicación adecuada con los gobiernos municipales, quienes en su mayoría fueron dejados a la deriva, echados a su suerte.
Lo único que mantuvo escondido este estado caótico de desintegración gubernativa fue la virtual carencia de medios de comunicación en el periodo inmediatamente posterior al huracán María.
La gestión pública colapsó aparatosamente en las semana despues de María, porque no existía un plan para articular el funcionamiento de departamentos, agencias, oficinas regionales y locales luego del desastre.
La muerte del electrón y de las señales
El gobierno estaba sobre aviso de que el sistema electrico privado del mantenimiento más elemental por largo tiempo iba a colapsar. No proveer para sistemas alternos electricos que mantuviesen operativas las oficinas gubernamentales estrategicas, fue un acto de negligencia crasa. Ello requería planificación estrategica previa de meses y de años. El colapso electrico degeneró en la demanda por combustibles para cientos de miles de plantas y generadores electricos caseros. Las reservas de combustibles se agotaban y no se reemplazaban.
Caso similar fue el de los sistemas de comunicación de telefonía e internet. Sin electricidad ni combustibles, colapsaron las señales de comunicación alternas, pues las comunicaciones principales y su infraestructura --endebles y no preparadas para el escenario de un huracán tropical-- se las llevó el viento. La falta de planes, la carencia de previsión de requisitos adecuados de inversión, la falta de ejercicio de poderes de fiscalización, y la manía de la autorización expreso de los proyectos de redes comunicacionales, degeneraron en un doble colapso el cual más de seis meses despues, ni todavía hoy, da señas de recuperación permanente. Hoy ese sistema de comunicaciones anda manga por hombro, en muchos casos con la infraestructura y los servicios, triste y risiblemente alejadas de las ofertas de cubierta y velocidad que las compañías hicieron y hacen, sin que nada pase, ni sin que se haya tomado acción gubernativa. La reglamentación y la supervisión no han servido ni para vindicar los derechos de la clientela, ni para exigir inversiones puntuales y resistentes.
El colapso de la infraestructura por causas no-naturales
Buena parte de la infraestructura estaba en estado decrepito antes del huracán. Electricidad, carreteras, puentes, edificios públicos y escuelas habían sido echados a su suerte a falta considerable de mantenimiento. Aun una tormenta debil hubiese causado destrozos grandes en la infraestructura. De hecho, en el cuadrante noreste del país, el huracán Irma, semana y media antes había mostrado la decrepitud de la infraestructura. No brindar el mantenimiento adecuado, abandonar las reparaciones y las labores preventivas --a veces durante años-- provocó un agravamiento de su destrucción.
María, la mampara y coartada perfecta para esconder la negligencia gubernativa salvaje
La causa de toda la destrucción, las perdidas y del desastre se dice que fue el huracán María. Este es el mantra que recitan los mediocres que se han turnado en el desgobierno y que con sus omisiones y negligencia pusieron al país al borde del precipicio. María ha producido un año de excusas y pretextos, y se ha convertido en el chivo expiatorio más nombrado y socorrido, para esconder u ocultar una gestión pública que por decadas ha sido degradante, pesima, primitiva, lastrada por la politiquería, la prebenda, el favoritismo,la corrupción, la incompetencia y la negligencia criminal.
Esa negligencia gubernativa salvaje agravó las condiciones de vida de cientos de miles de personas y aceleró la muerte de miles de puertorriqueños.
Esas muertes en exceso de las esperadas en situaciones 'normales' --sin huracanes-- y el prolongado sufrimiento de cientos de miles más, es razón suficiente para que se haga otro monumento. Uno con el cual no sea posible ocultar el irreparable costo de la negligencia institucional gubernativa. Un monumento en donde si fuese posible, se inscriban los nombres de todo el falso liderato incompetente gubernamental prohijado por el sistema colonial, responsable directo del desastre no-natural que permitió que María destrozara al país.
Un Monumento diferente sería necesario
Un monumento diferente sería necesario, para recordarle a las personas que creen gobernar a Puerto Rico, que el remedio contra la ineptitud, la incompetencia y contra la insensibilidad, está en el trabajo serio, consecuente, sacrificado; en la innovación equitativa; en la participación de la gente en la toma de decisiones y en la conciencia claramente informada del ejercicio de esa toma de decisiones. Ese remedio incluye no sólo una conciencia y práctica participativa democrática, sino la vigencia de un sistema que expulse a aquellos que llegan al gobierno a enriquecerse y que ven sólo contratos millonarios y amiguísimos del alma, donde debiera haber sólo voluntad de servicio público.
Sugiero al gobernador que abandone la idea de que se haga un monumento a los muertos, y que en su lugar se dedique una de esas obras que puede ser intangible y sin costos a quienes son la causa de la negligencia institucional y gubernativa colonial.
*El autor es doctor, abogado, profesor y estudioso de los procesos legislativos y reglamentarios. Fue asesor y luego portavoz del PIP en la Cámara durante 24 años.