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Opiniones

"Fascista": la nueva etiqueta de la cultura del descarte

Columna de opinión del profesor de derecho laboral, el licenciado Jaime Sanabria Montañez.

Jaime Sanabria Montañez
Foto: Suministrada

La defensa de un ideario necesita de la precisión de la palabra para evitar interpretaciones perniciosas que, a menudo, cuando el intérprete es el rival, incluso el enemigo político, son interesadas, capciosas, tendentes a provocar, en la opinión pública, una inflamación de la polaridad que agite y desestabilice con el fin de extender el conflicto más allá de lo verbal.

A quienes manejan los hilos mediáticos de la propaganda, a quienes poseen un altavoz en su laringe o en las yemas de sus dedos que posibilita que sus palabras alcancen más allá de su círculo más cercano, les resulta sencillo asimilar corrientes totalitarias imperantes, en fechas no demasiado alejadas de la historia, como el fascismo, el nazismo, el socialismo o el comunismo, con determinadas agendas o posiciones que, aunque escoradas a los extremos de la derecha o de la izquierda, no presentan similitudes con demasiados de los postulados esenciales de aquellos movimientos que fueron y ya no son, pese al esfuerzo de demasiados por mantenerlos vivos y activos.

El “efecto mariposa” del triunfo de Giorgia Meloni, en las recientes elecciones italianas, ha abanicado también la escena política de Puerto Rico. La senadora Joanne Rodríguez Veve, mi exesposa y madre de mis hijos y, a su vez, representante ante el Senado puertorriqueño por el partido Proyecto Dignidad, ha pronunciado un encendido discurso –fiel a su nítida vehemencia expositiva– glosando las virtudes de los puntos en que el programa de la ya primera ministra italiana y el del Proyecto Dignidad, y en consecuencia el suyo propio, convergen.

Ni la senadora ni sus correligionarios de partido han bajado nunca el tono de voz para exponer sus ideales. Tampoco nunca han abdicado de exhibir la familia tradicional como núcleo de la convivencia, la creencia religiosa como armadura personal, la cruzada del esfuerzo frente a la de la subvención, la cultura de la vida frente a la de la muerte, la prevalencia de los sexos naturales frente a la dispersión de los géneros, postulados que construyen parte de la línea editorial que se alinea con algunas ideas de la ultraderecha en la que también se enmarcan Hermanos de Italia, el partido de Meloni, la francesa Agrupación Nacional de Marine Le Pen o los españoles de VOX.

Tras la alocución de Rodríguez Veve, no han sido pocas las voces que han desparramado su odio contra ella. Y, precisamente, han acudido a esa asimilación aludida en párrafos anteriores para tratar de etiquetar a la senadora, y su formación política, con el fascismo y con las dictaduras que surgieron bajo su paraguas.

En una columna, igual de vehemente, si cabe, que las palabras de la senadora, pero con unas dosis elevadas de maniqueísmo, otro senador, Rafael Bernabe Riefkohl, legislador del Movimiento Victoria Ciudadana, arremetió no solo con escaso tacto, sino también con escaso rigor y con un cúmulo casi obsceno de demagogia retórica contra las palabras de su opositora política, desenvainando la espada del fascismo para comparar, primero, a Meloni con él, y después, por simpatía, a Rodríguez Veve.

El escrito llegó a la conclusión, por inducción argumental, de que esta última abraza el fascismo cuando la realidad es que ella nunca se ha alineado públicamente con aquellos movimientos que fomentaban el totalitarismo, la belicosidad, que se valían de emblemas y uniformes para reforzar su patriotismo, y execraban, paradójicamente, de un apoyo al sector empresarial como el que defiende a ultranza el Proyecto Dignidad.

Quiere confundir al lector el senador Bernabe Riefkohl cuando menciona a Mussolini y a Franco (y, por cierto, juega a su favor el que no mencionara a Hitler) para establecer un paralelismo entre una Meloni escogida en urnas por sus compatriotas y una Rodríguez Veve igualmente electa y que se ha declarado abiertamente partidaria de la paz, del diálogo, de la democracia, de la soberanía del pueblo y de la integración en un partido de base cristiana, incluso de los no creyentes, credos y valores que la pueden situar, dependiendo el tema en cuestión, bajo el palio de la derecha o del centro o, incluso en ocasiones, de la propia izquierda, pero en ningún caso bajo el del fascismo.

Si bien es cierto que, en algún momento lejano, la italiana hizo públicos sus coqueteos con Mussolini, posteriormente, con la evolución, quizá cuando se vio cercana al abrazo del poder, se desdijo de aquellas manifestaciones y se concentró en la salvaguarda de su lema: Dios, Familia y Patria. Incluso, en los últimos meses, ha disminuido Meloni el tono de su disidencia mostrada con una Unión Europea de la que no le es posible prescindir a Italia en tiempos donde la Vieja Europa requiere del asociacionismo entre países para competir con los grandes bloques hegemónicos que se elevan en el planeta.

También la senadora por acumulación del Movimiento Victoria Ciudadana, Ana Irma Rivera Lassén (a quien profeso cariño y respeto), en un discurso leído en el hemiciclo del Senado, embistió también, aunque sin nombrarla expresamente, contra Rodríguez Veve, a través de una asimilación grosera, tópica y exenta de cualquier rigor historicista, con escaso tino analista, entre el fascismo y las ideas de la senadora, sin entrar a diseccionar cuáles son estas ideas para confrontarlas con el sustrato del fascismo. Quizá si lo hubiese hecho, si hubiese tenido el tacto de no discursear con la munición defectuosa de un populismo barato y superficial, se hubiese topado con más discrepancias que afinidades, con más diferencias que similitudes, pero se trataba de arengar, no importa el rigor, no importan las piedras angulares de unos y de otros, importa el tomar la palabra para aumentar la confrontación ciudadana sin ápice de aproximación a un debate sólido.

¿Qué comporta ese modo de proceder de una Rivera Lassén, escogida para hacer de la ponderación su línea de trabajo? De una parte, la acentuación de la polaridad social y el incremento de las reservas de confrontación ciudadana; de otra, el hartazgo político de unos puertorriqueños cada vez más pobres, más desencantados con su país y más proclives a abandonarlo.

Concluye Rivera Lassén con el infantilismo deductivo de que la interlocutora innombrada, pero tácita Rodríguez Veve, es una heredera del fascismo, del nazismo (ella sí lo menciona con contundencia oral) y, en el sumun del ridículo, de la Falange Española, un movimiento este último subsumido por el tiempo y por la historia, también en España.

Resulta poco menos que desolador que el Movimiento Victoria Ciudadana, el partido que aspira a ocupar el corazón de los “progresistas” puertorriqueños, se valga de las aludidas asociaciones de ideas para desacreditar a sus rivales; resulta, igualmente, poco menos que ofensivo para la capacidad razonadora de la ciudadanía que tanto Bernabe Riefkohl como Rivera Lassén tachen ahora de fascista, y más allá, a la representante en el Senado del Proyecto Dignidad por haber expuesto algunas de las coincidencias con Meloni que no dejan de ser las mismas que Rodríguez Veve ha venido manifestando en cuantos foros ha tenido ocasión de intervenir, pero ahora por arte de encantamiento, además de ungirla como “de derecha” en algunos temas sociales, se le ha investido como fascista.

Más allá de lamentar esta crucifixión demagógica personalizada, debo destacar que echo de menos que las formaciones situadas en los extremos ideológicos no hayan hecho una declaración pública de apartamiento, sin ambages, de los totalitarismos genocidas de la historia; los unos, los posicionados a la izquierda, del socialismo y comunismo más represor y sanguinario, y los otros, los situados en el polo opuesto, hayan estigmatizado sin cortapisas al fascismo y al nazismo como movimientos diabólicos en la historia reciente de la humanidad. Con esa declaración pública de rechazo a cualquier ideología dictatorial y genocida, muchas de las controversias y debates que ahora se dan con el mantenimiento de esa ambigüedad programática no tendrían razón de ser.

Para intentar emerger de la depauperación, Puerto Rico necesita también de excelencia argumentativa, incluso en el disenso, porque disparar balas al aire (y a lo loco) acaba provocando víctimas colaterales, algunas por fuego amigo.