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Opiniones

Tic toc: se le acaba el tiempo a TikTok

Según el columnista la irrupción de esta red social –hace tan solo siete años– "ha representado una inyección de sumisión a la marea de la hipnosis que ejercen las redes en la franja de la población que todavía no tiene su personalidad formada".

Jaime Sanabria Montañez.
Foto: Suministrada

El Internet es el campo, un campo infinito, con apenas obstáculos que detengan cualquier avance de la humanidad hacia territorios tanto explorados como sin explorar. Constituye un avance de individuos, de colectivos, de ejércitos, de agrupaciones, de países, incluso, de potenciales extraterrestres.

El Internet gobierna el planeta Tierra desde una inconsistencia jerárquica, desde un amasijo de todos y de nadies, desde la bruma de lo que no tiene una titularidad única, pero sí algunos actores protagonistas que monopolizan las conductas de una sociedad globalizada que se mueve como un solo ente en la Red, sin que las fronteras de los Estados supongan impedimento alguno para navegar por sus interpretaciones más personalizadas: las redes sociales (RRSS).

Las RRSS, por su naturaleza de altoparlante libre, han democratizado la libertad, los usos y las costumbres de los miles de millones de usuarios que las utilizan para difundir opiniones, tendencias, retos, aptitudes, actitudes, individualidades, frustraciones o vidas imaginarias que cobran otra dimensión en las cuentas personales de cada usuario, público o privado, grupo, organización, incluso el gobierno.

La irrupción de Tiktok–hace tan solo siete años– en las grandes ligas de las RRSS, ha representado una inyección de sumisión a la marea de la hipnosis que ejercen las redes en la franja de la población que todavía no tiene su personalidad formada. Sorprende, en este sentido, el que hace apenas unos días la Policía de Puerto Rico interceptara en Guánica a un niño de seis años que había escapado de su domicilio familiar siguiendo un reto de TikTok.

El menor pertenecía a una familia supuestamente estructurada y no presentaba síntoma alguno de maltrato, hasta el punto de que el infante quedó de nuevo bajo la tutela familiar.

Sin embargo, el hecho de que un niño de seis años tenga acceso a este tipo de contenidos que pueden poner en riesgo, primero, su vida, y después su estabilidad mental, está impulsando a las autoridades de distintos Estados norteamericanos a legislar restrictivamente sobre el uso y el alcance de las redes sociales en los menores.

Los legisladores, algunos, los pioneros, fieles a su cometido de velar por los derechos y por la salud de la colectividad, tratan de paliar esa libertad de acceso de los menores a contenidos impropios de su edad ante la ausencia de herramientas de control al alcance de los padres, y en no pocas ocasiones su dejadez.

Está sucediendo así en el Estado de Utah, donde su gobernador, Spencer J. Cox, firmó una ley de redes sociales hace muy pocos días para limitar drásticamente el acceso de los jóvenes a aplicaciones como TikTok e Instagram.

De ese modo, la de Utah se convierte en la primera ley estatal que prohibirá que los servicios de redes sociales permitan a los usuarios menores de 18 años tener cuentas sin el consentimiento explícito de un padre o tutor, circunstancia que involucra también educativamente a unos padres que no podrán argumentar en su defensa falta de recursos de monitoreo para vigilar las prácticas con las redes sociales de sus hijos más tiernos y no tanto.

Y es que una pandemia de mala salud mental ha sustituido a la del covid-19 y afecta fundamentalmente a los miembros más jóvenes de la sociedad y también a los más frágiles, a aquellos que no han sido tocados con el don de la fortaleza de carácter para sobreponerse a la adversidad.

Sabedores de eso, quienes están tras el telón de las redes sociales más adictivas, han aprovechado el socavamiento de los cimientos emocionales que dejó la pandemia en demasiados para reforzar su adicción y para ganar adeptos, publicidad e ingresos y dar parte de razón a Orwell cuando su Gran Hermano controlaba el planeta y los lectores veían aquello como una utopía propia de un escritor sin límites en su imaginación.

Si bien la medida puede ser una buena noticia para muchos padres, los expertos en libertades civiles y algunos grupos de la industria tecnológica manifestaron que plantea importantes preocupaciones sobre la privacidad y la libertad de expresión. Algunos advirtieron que la nueva ley, que exigirá que las redes sociales verifiquen la edad de los usuarios y obtengan el consentimiento de los padres para los menores de 18 años, podría aislar a los jóvenes de Utah (en este caso) de las principales plataformas en línea e infringir los derechos de los padres para decidir cómo usan Internet sus hijos.

Incluso la ley, que va más allá de las iniciáticas de California en este sentido, a través de un segundo proyecto de ley, prevé sancionar a las plataformas que fomenten prácticas adictivas para incrementar el tráfico de cualquier red social.

También es notoria la disminución de la edad de iniciación en la pornografía que algunos estudios la fijan en los ocho años, un hito cronológico que está más cerca en algunos casos de la lactancia que de la pubertad, en especial la masculina. También esta facilidad de acceso al universo pornográfico debería limitarse a esa infancia que adquiere una visión equívoca de la sexualidad y que puede fomentar en el futuro violencia de género, forzamiento y frustración al encontrarse con una realidad sexual disyuntiva a la que ofrece la pornografía.

El caso del niño huido en Guánica da a entender que Puerto Rico no es ajeno a esta epidemia de globalización de la permisividad del Internet. Y aunque nuestra isla no ha legislado en esa línea de restricción y de obligación de pasar por la aduana parental para el acceso a determinadas RRSS, sí aprobó en noviembre de 2022 la conocida como “Ley para la protección de la privacidad cibernética de nuestros niños y jóvenes”, a los fines de prohibir que cualquier operador, empleado o agente de una página de Internet clasificada como red social, pueda publicar o divulgar información personal de usuarios menores de edad residentes en Puerto Rico, más allá del nombre y ciudad donde reside, sin el consentimiento expreso de éstos y la del padre, madre o tutor con patria potestad.

Sin embargo, esta Ley no restringe el acceso a esos menores a las RRSS que es, precisamente, lo que ha anticipado Utah con la anuencia –hecho insólito– de los dos grandes bloques, el republicano y el demócrata, que no han dudado en mostrar su concordancia ideológica con la disposición.

Las autoridades de Puerto Rico deberían comenzar a poner el enfoque sobre esa corriente normativa que trata, en esencia, de proteger a infantes y adolescentes de un metabolismo desenfrenado de las nuevas tendencias que no hacen sino engordar la oferta de tentaciones en las que caer para, en demasiados casos, no poder volver a levantarse.

En esta misma tesitura, ocurre que el número de suicidios entre menores se ha incrementado por una suma de factores entre los que están el aislamiento, la incomprensión, el no sentirse parte de algo, circunstancias que hay que valorar también a la hora de trabar el acceso a las RRSS de adolescentes que solo se sienten acogidos y aceptados en ellas.

También, en Puerto Rico, existe una Comisión para la Prevención del Suicidio que analiza causas, factores, edades y balances y que entiende que el escaparate de Internet puede ayudar a prevenirlos en algunos casos o a fomentarlos en otros, por lo que cualquier legislación en la línea de Utah hay que someterla a un riguroso análisis de pros y contras.

A la luz del descontrol que las redes sociales, en particular TikTok, provocan en las mentes más jóvenes e inocentes, se vislumbra una corriente, también globalizadora, de prohibir el acceso a determinado público. Italia ya ha establecido medidas en ese sentido, y en un país tan tolerante como Holanda se ha prohibido el acceso a la red social más joven a sus funcionarios, circunstancia que está pendiente de aprobación también en Puerto Rico para sus funcionarios debido a que el Representante, José Enrique “Quiquito” Menéndez, ha presentado un proyecto de ley que prohibirá el uso de TikTok en las ramas legislativa, ejecutiva y judicial puertorriqueñas, algo más que lógico, máxime desde cuentas oficiales y en horario laboral.

Desmintiendo la cita, sí se pueden –y se deben–, poner puertas al campo, al campo del Internet. La tecnología actual permite reducir el tamaño del territorio, diseñar sus entradas y exhibir el “reservado el derecho de admisión” para evitar que ese campo casi infinito, sin el casi, se convierta en uno minado con todo lo que conlleva sus deflagraciones incontroladas.