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Opiniones

Cuando el púlpito se convierte en una pistola de insultos

El licenciado Jaime Sanabria Montañez comenta sobre los insultos proferidos por la pastora de una iglesia de Bayamón.

Jaime Sanabria Montañez.
Foto: Suministrada

Cuando se intenta llamar la atención, cuando alguien que es pastora necesita de un escándalo para reavivar sus huestes, cuando la inexistencia de argumentos da paso a los ataques “ad hominem”, el único resultado posible es hacer el ridículo. Y el ridículo no es sino la muerte social.

Algo así ha sucedido con la pastora Iris Nanette Torres Padilla, quien en una explosión de ira hacia algunos de sus prójimos –desoyendo el mandamiento que reza aquello de amarás al prójimo como a ti mismo–, repartió insultos, invectivas y desprecios entre algunos políticos. Flaco favor le hace al movimiento religioso alguien que alancea con esos ataques “ad personam” a quienes identifica como sus enemigos.

De ese modo, la pretendida pastora de la Iglesia de Jesucristo El Caballero de la Cruz arremetió contra María de Lourdes Santiago, Ana Irma Rivera Lassén y José Vargas Vidot por haber auspiciado múltiples proyectos de ley que a la predicadora le parecen poco menos que diabólicos y contrarios a la doctrina de Cristo.

Lejos de exponer las objeciones a estos proyectos y presentar alternativas de enmiendas, la mujer arremetió contra el color de la piel de la senadora Rivera Lassén y cuestionó la higiene de Vargas Vidot. La prédica contenía un odio indisimulado hacia los negros, sin tapujo verbal alguno, provocando abiertamente con la palabra y excluyendo, con su ira, cualquier aproximación futura de personas de tez oscura que pudiesen abrazar la fe a través de la Iglesia Evangélica.

No olvidó la pastora mencionar la condición, a su juicio, de comunista del gobernador Pierluisi Urrutia, exigiendo su exilio a una inexistente isla española que la arrebatada personaje bautizó como del Carajo y que el grafismo situaba cercana a las Canarias, demostrando, además, un desconocimiento de la geografía que se añade a su mala educación y a un aparente estado de trance quizá derivado de la ingesta de algún medicamento porque no se concibe que una representante de Jesucristo proyecte esos estilos que solo suscitan división y encono.

Tanto Vargas Vidot como Rivera Lassén han reaccionado ante las declaraciones de la desaforada pastora. El primero manifestó su pesar toda vez que, en un momento dado, su madre, con sus aportaciones, contribuyó a la erección del templo desde el que Torres Padilla descorchó su reserva de despropósitos verbales. En un tono más temeroso y circunspecto, se pronunció la segunda aludida e, incluso, se preguntó si debía temer por su vida.

Quienes tienen la responsabilidad de un púlpito, de un micrófono, de una audiencia; aquellos sobre los que recae la gerencia espiritual de una comunidad religiosa, deberían cuidar su mensaje y, en particular, las expresiones que los envuelven. Se equivocó la pastora cuando solo propuso insultos en lugar de enmiendas, cuando solo propugnó la maldad, yendo en contra de cualquier atisbo de la personalidad de Jesucristo, a quien se supone que sigue, admira y venera la predicadora.

Cualquier exceso se vira contra quien lo despliega, cualquier llamada al odio solo genera nuevos odios, cualquier señalamiento de personas puede ocasionar un problema de seguridad hacia las mismas, si el mensaje impacta sobre oídos de seguidores tan exaltados como ignorantes de que las leyes solo se modifican desde el diálogo, desde el debate, incluso, desde posiciones encontradas.

No se puede sembrar vientos sin exponerse a generar tempestades; no se puede increpar a los enemigos señalando lo que la pastora considera como defectos físicos o deterioro de costumbres (higiénicas en el caso de Vargas Vidot).

Se requiere perspectiva, temple y basar el discurso, duro si se quiere, en la sustancia y no en lo superficial, algo que no parece del uso cotidiano de una pastora que ya no es la primera vez que predica violenta, agresiva y señalando dianas humanas que no se ajustan a sus cánones de pensamiento, pensamiento propio, porque asombra que una representante de Jesucristo pueda ser capaz de expandir tanta verbosidad manchada por los asuntos mundanos.

Una cohorte de ofendidos ha salido a contrarrestar las manifestaciones de Torres Padilla, la mayoría sin caer en el mismo planteamiento de agresividad que ella destila, descalificando sus bravatas con equilibrio y procurando no incurrir en provocaciones que podrían inflamar más la ya, de por sí, fogosa laringe de la interfecta.

Sin embargo, alguien que no se caracteriza por su mesura, el senador independiente Vargas Vidot, no ha desaprovechado la coyuntura para enarbolar el espadón de su verdad, de su anticlericalismo y de su permanente estado de exaltación.

Alguien que, en distintas intervenciones, ha calificado a los cristianos como idiotas, estúpidos, huelíos, retrógradas, brutos, machistas, defensores de criminales, no parece el más capacitado para replicar a otra exaltada.

Los profesionales del insulto se anulan entre ellos y quizá la mejor respuesta a intervenciones de ese tipo sería la del silencio, algo que quien suscribe no ha practicado esta vez porque entiende también que en ocasiones el silencio no basta. Cuando los primeros vecinos de la Alemania nazi callaron cuando las SS detenían a los judíos de su edificio propiciaron que los siguientes tampoco protestaran. Aquella primera epidemia de silencio, que reflejaba la complicidad de lo que no se combate abiertamente, condujo al Holocausto.

Personajes como la pastora Torres Padilla tienen los sermones contados porque los fieles, los auténticos seguidores de Cristo, prefieren la brisa sostenida a los huracanes puntuales, incluso, aunque impacten sobre las casas de los no creyentes, porque una mayoría de quienes abrazan la fe cristiana mantienen por igual el respeto hacia quienes profesan otra fe distinta, incluso hacia quienes no se vinculan con ninguna; de ahí que discursos que apuntan con el dedo sucio a las sienes de otros, acaban por ser desoídos, incluso, por los prosélitos de aquellos y están destinados a varar en la vía muerta de quienes han desaprendido a conciliar.

Sostengo que “ridículo” ha sido la primera palabra que me vino a la mente al escuchar la alocución de la pastora. No descarto que pueda ser el preludio de su muerte social.