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Vida

La leyenda de Camarón, el señor de un sueño eterno

Madrid - Veinte años no son nada, o por lo menos eso le parece a la industria discográfica porque Camarón vence al tiempo flotando 'solito' en su estela desde que murió el 2 de julio de 1992 sin más ayuda que su propia leyenda, alimentada morosamente con las 'reediciones caseras' de discos que son ya 'evangelio' del flamenco.

Si para el decimoquinto aniversario de su muerte se editó el especial 'Reencuentro', nueve temas inéditos y un DVD con imágenes cedidas por su familia y actuaciones en Televisión Española (TVE), las dos décadas de su muerte pasarán, discográficamente, sin gloria que lo conmemore.

El último 'lanzamiento' de Universal, fue la grabación del concierto del San Juan Evangelista, el 25 de enero de 1992, una cita que estuvo a punto de suspenderse porque José Monge Cruz, de vuelta de Nîmes (sur de Francia), estaba ya afectado del cáncer de pulmón que le había tocado en la 'rifa' de cinco paquetes de tabaco, 'o más', al día y estaba muy fatigado.

Le esperaron casi dos increíbles e inusitadas horas, pero apareció, y cantó, y el respetable voló en sus melismas de tarantos, bulerías, tangos y fandangos en la que fue la última enajenación colectiva que protagonizó.

Luego se dedicó, entre pruebas médicas y visitas a la clínica Mayo de Minnesota (EE.UU), a concluir el disco en el que llevaba inmerso un año y medio, 'Potro de rabia y miel', el de la portada de Miquel Barceló y en el que colaboraron, entre otros, el guitarrista que le acompañó en sus diez primeros discos, Paco de Lucía.

Pero si hay un disco que significó 'un antes y un después' no ya en su carrera sino en el flamenco fue 'La leyenda del tiempo', de 1979, en el que este adelantado 'se salió' en todos los sentidos, de la senda rancia y de los grilletes del 'esto es así' y expandió su voz hasta donde nadie había osado.

'Los que lo han escuchado y no les gusta, tienen que escucharlo más', dijo cuando supo que, casi unánimemente, se le había echado encima la crítica: 'el flamenco puro lo tengo dentro y lo saco cuando quiero'.

El disco lo grabó junto al que fue desde dos años antes y ya por siempre su inseparable guitarrista, José Fernández Torres 'Tomatito' (Almería, 1958).

'Él sabía la raíz. Los jóvenes no pueden empezar con el 'Volando voy'. Tienen que conocer los cantes de La Perla o de la Niña de los peines. Él los hacía todos y lo hacía tan bonito que cuando comparabas el original con lo suyo, era otra cosa', asegura Tomatito en declaraciones a Efe, convencido de que nadie le ha hecho sombra.

El guitarrista se siente un 'privilegiado' por haberle tocado 'a un genio como él' y haber vivido momentos tan especiales como aquella grabación.

'Lo echamos de menos como flamenco y como persona. Cuando hablo de él, es como si volviera a arañarme el corazón', precisa Tomatito.

Las prioridades de esta 'claqueta humana', según su productor, Ricardo Pachón, eran su familia y su libertad, y de hecho en la nota que dejó a su familia firmó 'libre, Camarón'.

José era un hombre muy normal, 'una persona hogareña que consideraba su casa y su familia como algo sagrado; un hombre que nunca vivió de su personaje artístico', señala el periodista Alfonso Rodríguez en el libro 'La chispa de Camarón' (2009).

También le interesaba mucho, según su viuda, Dolores Montoya 'la Chispa', madre de sus cuatro hijos, el toreo y la guitarra, pero, sobre todo, hacer en cada momento lo que quería.

Los 'hechos' de este gitano rubio de San Fernando (Cádiz, sur de España) fueron tan notables para los calés que su imagen, en oro de muchas onzas, cuelga del cuello de muchos de ellos, y las grabaciones de sus discos, 19 en total, 'rulan' como cuando estaba vivo: vendió pocos 'vinilos', pero a cientos de miles las cassetes, sobre todo en los bares de carretera.

El del mejor quejío de la historia grabada del flamenco, y 'un hombre terrestre', al que le provocaba escalofríos la deificación a la que muchos sometieron a su 'corazoncillo hirviente', habría cumplido 62 años el 5 de diciembre y 50 desde que deslumbrara a los señoritos que iban a la Venta de Vargas con su ya bruñida garganta.

'No tengo palabras, porque no soy hombre de palabras. Lo único que se es cantar', dice al final de 'Reencuentro' este 'mozart de la voz' que se expresaba a través de la risa y que no venció al enemigo que le acechaba pero sí al tiempo. Concha Barrigós.