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Opiniones

Guerrópolis

El exrepresentante Víctor García San Inocencio comenta sobre la proclamación de legado divino del derecho a tener armas de fuego en Estados Unidos

El abogado y exrepresentante independentista Víctor García San Inocencio.
Foto: Archivo/Juan R. Costa

Escuché que un político republicano ---de esos financiados por la National Rifle Association (NRA)--que el derecho a tener armas lo había dado Dios. Claro está que los Estados Unidos y sus ricos serían quizás cien veces más pobres sin las armas que permitieron la aniquilación y despojo de tantos pueblos originarios, su desplazamiento y encierro en reservaciones y la explotación masiva de estos, sus tierras, su subsuelo y el resto de sus recursos naturales.

Todavía más claro resulta que sin las armas, tampoco se habrían robado medio Méjico en su primera guerra imperialista en 1849, en lo que hoy comprende una parte sustancial de su territorio contiguo al oeste del Mississippi hasta llegar al Océano Pacífico.

La divinización de las armas sostuvo al sistema de trabajo esclavista y la servidumbre de chinos, habitantes originarios, los ancestros de los mejicanos de hoy e incluso europeos. Un formidable aparato de avaricia, explotación y toda clase de otras violencias financió que se construyese y capitalizara gran parte ese país. La portentosa economía del Sur con sus grandes extensiones territoriales e inmensa producción agrícola, sus puertos, comercio y costas desde Virginia hasta el Golfo de Méjico, riqueza que era ambicionada por el gran capital industrial del Norte, los catapultó en su frenesí bélico a una guerra civil donde consiguieron armarse y matarse unos a otros.

Después de más de medio millón de soldados muertos, luego de cuatro años de guerra fratricida, se inició la recolonización del Sur confederado y se allanó el camino a los grandes capitales que amasaron, y concentran todavía hoy, enormes fortunas fruto de la expansión, el monopolio y de la creación de grandes consorcios.

Luego del expolio de Méjico, el Imperio continuó su marcha expansiva armada. Se apoderó del archipiélago de Hawaii y la emprendió contra el debilitado imperio español haciendo de Filipinas, Cuba y Puerto Rico botín de guerra. Se agenció el territorio de lo que sería la Zona del Canal de Panamá, mediante un truco bélico. Cercenaron a Panamá de Colombia y consiguieron un tratado a perpetuidad para terminar el Canal mientras buques de guerra de su Armada estaban en la vecindad.

Con las armas y su armada invadieron decenas de veces gran parte de los países caribeños y otros países latinoamericanos. A Haití lo invadieron por dos décadas con sus aduanas para garantizar el pago de deudas odiosas precursoras de los buitres de hoy. Toda esta beligerancia tuvo su punto culminante en las dos guerras mundiales europeas, las asiáticas de Corea, Vietnam, Afganistán e Iráq, sin contar las guerras encubiertas.

A nadie extrañe la proclamación de legado divino del derecho a tener armas de fuego en el país que consideró su Destino Manifiesto crecer entre los dos océanos, mediante conquista o compra a quienes robaron a otros. Como producto de ser el país con más experiencia belicista de los pasados 160 años, Estados Unidos es también el que más soldados ha adiestrado, y en el pasado medio siglo, ha acumulado la mayor cantidad de personas con experiencia y traumas de combate. Recordemos que a los soldados se les enseña a matar, y se construye un aparato gigantesco de guerra y propaganda que configura una visión de mundo belicista que normaliza la violencia y que atraviesa la conciencia y el inconsciente de muchos.

Desde niños por décadas se ha inducido a los niños a jugar con armas, con soldaditos, a jugar a la guerra; se han generado durante el pasado cuarto de siglo, con aplicaciones electrónicas miles de juegos de matanza, entre muchos otros trucos de la propaganda. La cultura de la guerra así entronizada, provoca que un adolescente haya sido expuesto ya, según calcula un estudio realizado en los Estados Unidos, a 180,000 escenas de violencia y muerte antes de cumplir los 18 años.

En ese país, que a la sazón es el productor más grande de armas, pequeñas, medianas, pesadas y de destrucción masiva, lo cual no es coincidencia, decenas de millones de estadounidenses adoran 400 millones de armas de fuego en sus hogares, en cuyos altares, los rifles automáticos de asalto AR-15 son el objeto más reverenciado. Hay lugares donde una persona puede comprar estas armas con sólo demostrar que ha cumplido 18 años.

En Uvalde, Texas, hace dos semanas un desquiciado se compró de cumpleaños las armas con las que mató a una veintena de personas, incluidos 18 niños de cuarto grado. A los genios del Congreso les ha tomado años renovar una ley vencida que establecía ciertos límites para adquirir armas de fuego. En su Senado, llevan una semana poniéndose de acuerdo para simplemente aumentar a 21 años la edad cuando pueden adquirirse estas bestiales armas.

Así es la psicología dominante en Guerrópolis, siempre activos en la matanza, sus más desquiciados utilizan estas armas automáticas y otras, para multiplicarlas, al ritmo de más de 200, y no ha transcurrido más de la mitad del año. Veintisiete de estas masacres has sido en escuelas. El culto a las armas los conduce a expresar su incontenible violencia precisamente en escuelas, iglesias, templos. sinagogas, lugares de trabajo o donde se les viene en gana. Demasiado odio, venganza y muerte acumulada incontenible, en la tierra de los volcanes armamentistas y de las guerras incesantes.

La segunda enmienda de la Constitución estadounidense es el mantra que se recita. Tergiversado su propósito, la industria armamentista liviana y pesada ha hecho de esa garantía constitucional ---que como todas es limitable--- el instrumento que les llena los bolsillos.

Sólo en un país salvaje estas masacres y los justificadores de sus medios cobran carta de naturalidad. Que hace dos siglos y medio se hubiese proclamado que al árbol de la libertad hay que regarlo con sangre, no era para tomarlo tan a pecho. Uno se pregunta a cuál libertad se refieren, ¿a la del intento de golpe del 6 de enero del 2021, instigada por Donald Trump? o ¿a la que los llevó a inventarse que Iraq tenía armas de destrucción masiva y que daba resguardo a Osama Bin Laden, para, un millón de muertos luego, admitir que no era verdad?

Vale muy poco la vida en ese país, donde la barbarie de tantos y de tantas se mofa de los valores profundos de la vida, la dignidad y los del espíritu humano.

Estados Unidos de América es Guerrópolis, la que ha deshecho y desmadrado al mundo en todas las fronteras. Guerrópolis, donde millones de personas nadan contra la corriente intentando volcar su implacable historia de muerte. Guerrópolis, donde morir antes de nacer forma parte del derecho de quien es más fuerte, y en donde acabar con la vida antes de tiempo, será impuesto seguramente por las lógicas eutanásicas del mercado.

Guerrópolis, donde el lucro armamentista ---ahora en todo su esplendor de decenas de miles de millones de dólares gastados en armas en tiempo récord en Ucrania--- aceita y construye las ruedas de la maquinaria, provee laboratorio experimental para nuevas armas, y alimenta con su contraparte, la oligarquía armamentista rusa, la hoguera en la cual incineran al pueblo ucraniano. Guerrópolis, quien también lidera la aniquilación ambiental del planeta.

Esta es otra razón por la cual no quiero que mi nación sea propiedad de Estados Unidos, ni que llegue nunca a ser parte de esa necrópolis.

El autor es abogado, exrepresentante y excandidato a comisionado residente por el Partido Independentista Puertorriqueño. Posee un bachillerato en Ciencias Sociales de la Universidad de Puerto Rico y un Juris Doctor de la Facultad de Derecho de la misma institución. Tiene además un doctorado de la Universidad del País Vasco (2016).