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Opiniones

El "Reverse Statehood" y la Independencia

Según el columnista, si los republicanos ganan la mayoría en Cámara o Senado, enterrarán a la "estadity" en la misma fosa desconocida donde descansa el mito del ELA".

Víctor García San Inocencio, columnista de NotiCel.
Foto: Juan R. Costa

A Chegui, Nilda, tíos, primos, primos segundos y amigos en las diásporas.

El Puerto Rico calamitoso del 2022, no sólo es hijo del colonialismo, sino de la complacencia de quienes se han turnado en la administración local imitando la de sus amos federales. El catálogo de insensibilidad, indiferencia, insensatez e inercia de los amos congresionales e imitadores locales constituye una antología en sí misma, junto a la de la obtusa repetición de errores y autoflagelaciones. Todo ello ha estado diseñado para el estricto servicio de los intereses de los inversionistas de la metrópolis, como tenía que ser, pues para ello existieron muchas y existen todavía las colonias. Hoy, queda una sola colonia multi centenaria con millones de habitantes -Puerto Rico- las otras, y son decenas, son neocolonias, re-colonias y poscolonias que pugnan, pero cargan las deformaciones y cicatrices del colonialismo que sufrieron.

Aquí, muchos no quieren enterarse, ni examinar las causas que conforman al Puerto Rico estrellado. El empobrecimiento sistemático de la colonia, adornado con algunos desiguales espejismos, han provocado que la hipnosis de la dependencia domine el pensamiento y la capacidad crítica de varias generaciones. Durante varias décadas muchos creyeron que Puerto Rico era "lo mejor de dos mundos" y muchos todavía creen en el estribillo "¿Que nos haríamos sin ella''?.

Atravesada por la Junta de los Acreedores, llamada engañosamente Fiscal, con Promesa de tres o cuatro décadas de grilletes de pago; con nuevas cadenas energéticas forjándose en el yunque de la inversión, como si fuese posible perpetuar el colonialismo, un espacio duradero de esta situación no es concebible. Más aún, desafía todas las leyes de la lógica histórica y política, que los mejoristas del dúo de mundos, los estadolibristas, ni los añorantes de una estrella más tachonada a aquella bandera, los estadistas; puedan seguir ordeñando la ubre de la dependencia material y sicológica colectiva con sus antiproyectos del "ela mejorado" y de la "estadidad no-jíbara".

La elección congresional del martes -escribo sábado- donde se juega la vida lo poco que queda de aspiración democrática de los EE UU, aunque los políticos asimilados de aquí, ni siquiera se den cuenta gane quien gane, pondrán todavía más en precario la tomadura de pelo de sus aspiraciones coloniales y recoloniales. Sabemos que el llamado ELA fue sepultado en una tumba sin nombre en algún lugar de Washington. El duelo se lo despidió, la Presidencia, el Congreso con la ley PROMESA y el propio Tribunal Supremo. En Puerto Rico los rentistas del influencismo político siguen llamando a un 911 que no existe y niegan las esquelas con tal de prolongar la respiración electorera. Nada distinto pasa con los promotores de la estadidad o "estadity", como la llamó emblemáticamente un genio del “absurdity”.

Si los republicanos ganan la mayoría en Cámara o Senado, enterrarán a la "estadity" en la misma fosa desconocida donde descansa el mito del ELA, pero sin pompa alguna. Si los demócratas retienen la mayoría, o una de las alas del Congreso, pasará exactamente lo mismo con el ELA: Nada. No hay absolución, ni resurrección posible.

En este espacio he tenido el atrevimiento de vislumbrar un futuro posible para los gemelos idénticos que franquician la estadidad y el ELA, pero que luchan a muerte por ocupar las oficinas gubernamentales y los presupuestos que quiebran ellos mismos, quienes han acunado junto a los amos congresionales la ruina de Puerto Rico. Afirmo que acabarán juntos, como una medida dramática de pragmatismo pedestre y buscón, en un movimiento para promover la santomeñización de Puerto Rico. Es decir, la conversión del ELA en un territorio incorporado permanente. Unido y momificado para siempre en la indignidad de ser gobernado por un Congreso o su mayordomo designado. Ese sería el supremo acto de re-colonización.

La población y la nación

Dos de cada tres puertorriqueños, o de sus hijos y nietos viven en los EE UU. Semejante hecatombe es única a nivel mundial. Ni en los lugares devastados por las guerras y otras miserias, ninguna nación se ha vaciado así. Claramente, la vitrina provisional de "lo mejor de dos mundos", se fundamentó en el fomento de la migración y en una industrialización a la fuerza, que desencajó, junto a los males acumulados de la invasión del 1898 durante medio siglo, las raíces locales que fijaban a otros puertorriqueños. Ya para la década del 1970 el modelo económico puesto en vitrina, colapsó como un castillo de arena, precipitándose la dependencia, que en plena guerra fría debió ser subsidiada y cultivada por EE UU. A pesar de esos esfuerzos para revivir el modelo, la hemorragia poblacional continuó, llevándose buena parte de la población en edad reproductiva y marcando un ciclo que no cesa de reducción de nacimientos. Hoy, apenas rozamos los tres millones en Puerto Rico, mientras seis millones se distribuyen por toda la enorme geografía estadounidense.

A consecuencia de este patrón migratorio producto de una economía hoy colapsada, nacen aquí, mucho menos puertorriqueños que nunca, la edad promedio de los puertorriqueños aumenta aceleradamente, mientras sus condiciones de vida son precarizadas por la reducción de sus pensiones, la inflación galopante y la pobreza acumulada que se empata con mayores costos de los servicios que eran públicos y se han ido privatizando como los puertos, aeropuertos, autopistas y la electricidad. Si a esta enumeración luctuosa se suma el saqueo sistemático de las arcas mediante privilegios contributivos impublicables y la corrupción a granel, se entenderán las razones de la multiquiebra de país que ha resultado de esta brutal gestión bipartita.

Toda gestión o proyecto de país que quiera detener esta implosión de décadas, tendrá que ser dirigida a unir el esfuerzo y la participación de los nueve millones de puertorriqueños, estemos donde estemos. Pues reconstituir un Puerto Rico igual al de las pasadas siete décadas, un país de exclusión y de expulsión, un país en desintegración, no puede ser parte de ningún proyecto puertorriqueñista. Somos nueve millones habrá de ser la consigna, nueve millones trabajando juntos, integradamente hasta donde sea posible, con el regalo divino de una nación nuestra, donde no se nos discrimine, que sea un remanso de paz, progreso y equidad a donde pueda acudir o regresar todo hijo, nieto o biznieto de esta tierra antillana y caribeña.

Un Estado, sí, independiente, una república que se inspire en los valores fundamentales de la igualdad y la dignidad humana, y donde la libertad y la equidad, dejen de ser unas partículas retóricas para construir a perpetuidad un proyecto democrático donde también se honren los derechos fundamentales de todos, y una visión pacífica y de convivencia con el resto de los pueblos del mundo. Ningún estadounidense puede conseguir, ni concebir un proyecto así, pues su sistema federativo ha desposeído de identidad a sus estados y a sus pueblos originarios. En cambio, los puertorriqueños tenemos una nación ampliada y enriquecida que está en búsqueda de y que habrá de construir su Estado. No se trata de un "state" con minúsculas, donde los bamboleos del semifascismo o del fascismo, amenazan continuamente a aquella república, ni donde una nación diferente y su voluntad política, se diluiría en una masa congresional con pareceres, historia y fundamentos distintos. Nuestra nación acabaría frita en esos sartenes, pues no ha podido fundirse, ni confundirse nunca a pesar de las décadas de sufrimiento. Ni el más asimilado entre los puertorriqueños, puede mirándose para adentro, negar su puertorriqueñidad, aunque la haya tenido que folclorizar por el peso de las circunstancias o el deseo de oportunidades que de otro modo por las peores razones -de exclusión o discrimen- le serían negadas.

Sé que en Puerto Rico hay mucha gente -no tanta como lo alegado- que quisieran asirse a la supuesta "seguridad" personal que les daría una hipotética estadidad. Seguridad individual que sacrificaría de cuajo aspiraciones igualmente valederas y derechos colectivos, a los que sólo por necesidades apremiantes algunos en el mundo renuncian. ¿Conoce alguien de un ucraniano, con su país invadido y bombardeado -como los puertorriqueños en 1898 y hoy- que quiera ser ruso y que se traguen a su nación, y que le nieguen a su Patria el derecho de ser un país igual a todas las naciones del mundo? No existe, como no es posible que los coreanos se quieran convertir en japoneses, ni que los vietnamitas en chinos, ni los franceses en alemanes, ni los irlandeses en ingleses; ni los vascos en españoles.

A esos puertorriqueños que pareciera claman, más que reclaman, la solución personal-individual de la estadidad, hay que invitarles a que vean en lo que se están convirtiendo, si ya no es un hecho consumado los EE UU. No se trata ni de querer, ni de odiar. Simplemente de ver, ponderar, reflexionar y pensar más allá de lo inmediato.

La verdadera Estadidad con mayúsculas es la que revierte los poderes a los puertorriqueños para que nuestra nación forje su Estado, entre los pueblos del mundo como iguales. Es la que le pone marcha definitiva en retroceso a la asimilación y aculturación que intentaron imponer al país. Es la de la verdadera "vergüenza contra dinero", dinero que al final se les desvaneció a quienes nunca lo tuvieron y que ahora nos lo quieren hacer pagar a todos.

Son muy pocos los lugares en los EE UU donde la mayoría de las personas pueden sentir así, este afecto profundo y sublime por su nación y por su gente, o este sentimiento de igualación con la Humanidad, que pueda traducirse a ser un Estado independiente. Demasiada hojarasca consume a ese país, avaricia sin par, exclusiones e inequidades a granel. Puerto Rico, repito, puede ser el remanso para dentro de una escala manejable, tener una vida sana, rica en dones fuera del torbellino de aquel desorden, del que se vive en EE UU. Puede ser el lugar de todos los puertorriqueños, no sólo para venir a ser enterrado aquí, sino para hacer su vida aquí o desde aquí, o aún a la distancia para el fortalecimiento de su nación caribeña y antillana.

El futuro de Puerto Rico, así como su sostén espiritual en medio de las presentes ruinas, y desventuras, necesita la unidad y del aporte de todos los puertorriqueños y puertorriqueñas en, desde y hacia el terruño que los acogerá siempre, que los quiere y abraza. Nuestra unidad no es sólo la que se realza ante los desastres naturales, es la unidad espiritual que nos hace ser y ser parte siempre.

El autor es abogado, exrepresentante y excandidato a comisionado residente por el Partido Independentista Puertorriqueño. Posee un bachillerato en Ciencias Sociales de la Universidad de Puerto Rico y un Juris Doctor de la Facultad de Derecho de la misma institución. Tiene además un doctorado de la Universidad del País Vasco (2016).